¡Qué tímido es Ernesto!
Cada mañana cuando paso por la puerta de su casa, le veo tomando el sol con su traje esmeralda.
Cada mañana me paro para ver cómo rehuye mi mirada, mi curiosidad por saber más de él.
Su casa bajo los castaños debe ser acogedora, estrechita como él, pequeñita.
Desde fuera veo la entrada roja de su hogar, corrugada, cilíndrica, con un patio de hormigón gris, la misma argamasa que cubre toda la casa.
De la fachada salen cuatro pinchos de hierro, que esquiva con habilidad cuando huye al verme pasar, como si me evitara, huraño, huidizo, altivo.
Cada mañana intento verlo para deleitarme con su brillantez, con su mirada acuosa y fría, pero sobre todo quiero verlo por su esquiva figura, por su fugaz presencia.
Ernesto, no tiene pareja, al menos no la he visto nunca.
Quizás podría hablarle de alguien que vive un poco más adelante, entre ciruelos y manzanos, pero no estoy segura de que quiera que me inmiscuya en sus asuntos sentimentales.
No sé, tal vez un día me atreva a acercarme y él no se escabulla.
Cada mañana, Ernesto toma el sol en la puerta de su casa. Parece que nunca tiene suficiente calor, como si se alimentara de la ardentía solar.
Una mañana pasaré por su casa bajo los castaños, y se habrá ido. Se irá con su traje lujurioso hacia donde pueda calentar su cuerpo ocelado.
Echaré de menos su color… su timidez.
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