A la Chita callandoCuando Alfonso X decidió prohibir el uso cinegético del felino llamado chita, dió pie a dos cosas: una, que no le hicieran el menor caso y se siguiera cazando con sigilo, y dos, que desde entonces hubo otra forma de llamar a lo que se hace en secreto, con disimulo y sin hacer ruido.

 

Somos tan candorosos que creemos que podemos hacer y deshacer a voluntad lo que queramos sin que nuestro vecino se entere. ¡Para nada! Al final nos percatamos de todo, unas veces antes, otras después, pero la noticia, el incidente, la circunstancia acaba sabiéndose.

Si lo que queremos ocultar se hace con ahínco para incordiar, porque el hombre es pérfido por naturaleza, antes se difunde la buena nueva y la hilaridad se desboca si es caso de risa, o el enfado aflora si la cosa es seria.

La constante evolución de los Medios de Comunicación de Masas, hace que los “correveydile” de toda la vida tengan su encanto, sobre todo en zonas pequeñas como la nuestra, donde nos creemos a salvo de todo. Sin embargo, cuando a los más imprudentes se les suelta la lengua ya no hay ni secreto, ni sigilo, ni precaución y el efecto sorpresa desaparece.

Hacer las cosas a escondidas lo único que provoca son suspicacias, malentendidos que van corroyendo la confianza de los demás, y que por mucho que se quiera seguir guardando confidencialidad, acaban saliendo a la luz los secretos más insospechados.

A la chita callando nuestros dirigentes hacen y deshacen a su bola, de tapadillo (me encanta esta palabra), sin saber, o ignorando con conocimiento de causa, que todo llega y todo pasa por mucho que se empeñen en hacer cosas con una fuerte base de ocultamiento. Luego dicen que no, que ellos son transparentes, puede ser cierto, pero con la transparencia de las medusas, que ya sabemos que son traslúcidas pero que esconden ponzoña.

Si con disimulo no consiguen sus objetivos, ¡no importa!, se niega la mayor, se mira hacia otro lado o se coge una rabieta, lo que interesa es hacerse la victima para conseguir buenos resultados…¿electorales?

Cuando se coge a alguien en una mentira, porque ha intentado llevarla con reserva, el método de defensa más socorrido es el griterío, las amenazas, los insultos velados, o directos según esté el día, o como es más divertido: como los niños en el patio del colegio echando la culpa a Fulanito que le ha obligado, porque él no quería.

Pero ya somos mayores y estamos escarmentados ante tanta demagogia y falsedad, si se quieren secretos tendrán que recurrir al engaño, pero ¡cuidado!, que donde las dan las toman.

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