Iglesia ViejaNadie nos enseña nada y de todos aprendemos algo. Esta afirmación es muy genérica, lo sé, pero aunque desde pequeños nos ilustran en ciencias, en arte, en historia… es la vida la que rige y define el camino de cada persona.

Sin duda la trayectoria de un pueblo la escribe su gente. Son los que hacen posible que en la memoria de todos, quede para siempre, los pasajes de las vivencias que a lo largo de los siglos van marcando los vaivenes culturales y evolutivos.

Desde que la red de redes hace posible la interconexión de todo el planeta desde el sofá de casa, nos creemos con la sabiduría suficiente para no necesitar nada más que nuestro propio ego. Las inquietudes por conocer lo lejano, no permiten ver lo cercano, desdeñamos lo que nos rodea, porque es más glamuroso justo lo que no tenemos o creemos no tener.

Igual ocurre con las personas, nos es más fiable y atractivo lo que pueda mostrarnos un desconocido, que lo que diga la vecina del final de la calle. Nos lo dijeron cuando niños y San Lucas 4, 24-30 nos lo recuerda siempre: nadie es profeta en su tierra.

El atrevimiento del desconocimiento, porque la gran red no nos lo proporciona todo, es apabullante, no se trata de la ausencia del conocimiento de lo que tenemos, sino de la carencia de saber qué poseemos y desde luego tesoros cercanos hay, unos a simple vista y otros hay que encontrarlos, pero están. Y nadie nos los muestra, sabemos que están ahí, al menos para los que convivimos con las maravillas más increíbles y sencillas.

Sin embargo, cuando peligra la continuidad del patrimonio como elemento de identidad, por los más variados motivos, a veces sin explicación lógica, debemos reaccionar ante el posible daño que se pueda producir, puede que por una insuficiente información de los más básicos conocimientos estéticos de restauración, que puedan repercutir en la fisonomía de un símbolo importante para todos.

Pienso que es un poco atrevido creer que se puede actuar sobre algo, solo por tener potestad política, sin otro conocimiento que el de una sobrecarga de vanidad. Esto puede dañar seriamente la historia plasmada en piedras gastadas por el tiempo, que por otro lado, ya han sufrido bastante con el devenir de los años.

Dejemos en manos de expertos la conservación del patrimonio histórico, no vaya a ser que en un arrebato de celo, las historia se desmorone.

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